«Asturias no es el mejor sitio para almacenar CO2; los lugares más adecuados están al otro lado de la cordillera Cantábrica». Son palabras del investigador asturiano del Instituto Geológico Minero de España (IGME), Nemesio Heredia, que está participando en un proyecto en las cuencas carboníferas leonesas de El Bierzo y Villablino para estudiar los lugares más adecuados para almacenar este gas.
«Es importante conocer bien cómo está formado el suelo para que en el futuro no se produzcan escapes. Lo mejor es tener una buena capa de sellado», indica. El investigador, que el próximo martes viajará en una expedición a la Antártida para estudiar la formación del mar de Bransfield, asegura que la cordillera Cantábrica está formada por una estructura paleozoica muy compleja que resta posibilidades al Principado para almacenar dióxido de carbono. «Para inyectar el CO2 se necesita desplazar otro fluido como el agua o el metano, y debe cumplir unas condiciones mínimas, como estar a unos 400 metros de profundidad; las fallas de sellado que hay en Asturias, normalmente de arcilla, están muy falladas, por lo que hay peligro de que en el futuro se produzcan escapes».
La compañía hullera Hunosa pretende aprovechar algunos de sus antiguos yacimientos mineros para captar y depositar el gas. Sin embargo, los expertos coinciden en señalar que la escasa capacidad de estas explotaciones hace que queden casi por completo descartadas para este uso. Heredia asegura que «lo ideal para almacenar el CO2 sería un yacimiento de petróleo, pero, como en España no los tenemos, hay que buscar alternativas». Pese a las opiniones, la compañía estatal tiene en marcha un ambicioso proyecto para estudiar la capacidad de sus explotaciones como almacenes de dióxido de carbono. En principio, Pumarabule y Montsacro serían los pozos que reunirían las mejores condiciones para albergar estos usos.
El gijonés ha trabajado recientemente en la variante de Pajares como asesor geológico en uno de los tramos. «Es una obra muy compleja, sobre todo geológicamente hablando, ya que cuando se planteó hubo muy poca inversión en investigar cómo estaba formado el suelo por el que pasarían las vías».
En la Antártida el equipo de Nemesio Heredia tratará de recabar datos sobre la apertura del mar de Bransfield, cuyo origen se remonta entre cuatro y seis millones de años. En el centro de este mar se sitúa un volcán, al que tratarán de acceder los investigadores. Una de sus mayores preocupaciones se refiere a las condiciones marítimas de la zona. El equipo de Heredia deberá realizar tres días de travesía por mar, lo que se presenta, según afirma, como «la mayor dificultad del viaje».