Introducción
El monumento dedicado a Nicéphore Niépce en Saint-Loup-de-Varennes (Borgoña) data la invención de la fotografía en 1822, pero investigaciones más recientes sitúan «la primera fotografía de la historia» en 1816, cuando Niépce lograr fijar por vez primera una imagen de la cámara oscura sobre papel tratado con cloruro de plata.
Veinte años después, en 1839, el parisino Daguerre, continuador de los trabajos de Niépce, presenta ante la Academia de Ciencias un procedimiento fotográfico basado en una placa de cobre plateado revelada con vapores de mercurio y fijada con hiposulfito. El verdadero Cristóbal Colón de la fotografía, Niépce, ya había muerto cuando Daguerre –nuestro Américo Vespucio– dio su nombre al daguerrotipo».
El procedimiento del daguerrotipo inicia, a partir de 1840, la expansión imparable de la técnica y el arte fotográficos: evolucionan las cámaras, aparece la placa seca de gelatino-bromuro (1871) o la placa de cristal estereoscópica (1838) que, contemplada con un visor binocular, da sensación de relieve, ya anticipada por Leonardo da Vinci.
El mundo entero comienza a interesarse por el nuevo fenómeno que conquista por igual a científicos de renombre, como Ramón y Cajal, que a reyes, o a los campesinos que posan entusiasmados ante el caballete de feria.
Si el 7 de enero d 1839 es la fecha de difusión pública del daguerrotipo, apenas diez meses después, el 10 de noviembre, se reproduce en Barcelona el primer daguerrotipo, con una cámara que costó a la Real Academia de Ciencias y Artes 1.946 reales de vellón. Había sido adquirida a propuesta de Felipe Monlau, catalán residente en París que seguía de cerca la evolución del invento fotográfico.
Casi simultáneamente, el químico Juan Pérez y Camps reproduce el primer daguerrotipo en Madrid. Es curioso observar que estos precursores, tan bien informados de lo que ocurría en París, operaban aisladamente, sin saber unos de los otros.
La expansión de la fotografía en las décadas siguientes se opera progresivamente por todo el país, afirmándose el fenómeno entre el público con la aparición de los «estudios de retratos», que harán furor en las calles principales de las grandes capitales a partir de 1860.
Son célebres en esta época los estudios de Laurent en la Puerta del Sol, de Emili Fernández en Barcelona, de José Sierra Payba en Sevilla o de Judez en Zaragoza. A partir de este momento y especialmente con el nuevo siglo, la fotografía ya no faltará en ningún acontecimiento de la vida española, desde una boda popular al encuentro de Isabel II con sor Patrocinio o la ejecución de Angiolillo, el asesino de Cánovas.
En Galicia –cuya proximidad con El Bierzo nos interesa– el daguerrotipo entra por A Coruña en 1843 (E. Luar) y alcanza relevancia social con ocasión de la Exposición Regional de Santiago (1858). Al año siguiente, Cisneros instala la Galería Talbot Fotográfica en la Rúa Nova de Santiago y, pronto, a los retratistas sucederán los paisajistas con álbumes como Compostela monumental (1882) o Galicia pintoresca, de Prosperi. Era la época de las placas de cristal de gelatino-bromuro que se popularizan con el cambio de siglo; pronto surgen los aficionados a la fotografía y, hacia 1905, el boom de la postal.
Orígenes de la fotografía en el Bierzo
A pesar de la cercanía de Galicia y León, los datos disponibles sobre la llegada de la fotografía al Bierzo no permiten datar con exactitud la fecha en que la primera cámara o el primer estereoscopio cruzaron los puertos de Manzanal, Pedrafita o Pajares, posiblemente en la penúltima década del siglo pasado.
Aunque El Bierzo se considera tradicionalmente tierra de paso, el paso no era tan fácil: Napoleón se quedó en Astorga, la diligencia Ponferrada-Ourense tardaba veintiuna horas, y el ferrocarril estuvo años atascado en Brañuelas. Precisamente en Brañuelas toma el coche-correo a Vigo el famoso viajero Charles Davillier, en 1963. Cuando Davillier cruza El Bierzo desconocía la fotografía, pues se hace acompañar del dibujante Gustavo Doré. La secular incomunicación no era un tópico: «El país, extraordinariamente salvaje –escribe Davillier en Villafranca–, se hace cada vez más accidentado. En los pueblos donde para la diligencia, algunas jóvenes nos ofrecen vasos de agua, frutas y leche».
La primera locomotora llegó a Ponferrada en 1882 y las comunicaciones ferroviarias con Galicia no se completaron hasta 1883, año en que Alfonso XII inaugura el tramo Madrid-Coruña. Posiblemente este año, 1883, y este viaje real, sean la vía de paso de los primeros fotógrafos. Más allá de la vía férrea, los retratistas ambulantes, de apellidos extranjeros, se aventuran en caballerías, como Hans Gadow, que en 1895 recorre Riaño, Astorga, Ponferrada, Villafranca e incluso llega hasta la aldea de Burbia, en Ancares. Gadow saca instantáneas de valor etnográfico, pioneras en la historia de la fotografía leonesa.
Por lo demás, en la lista de casi mil fotógrafos anteriores a 1900 que enumera Fontanella, únicamente se mencionan dos fotógrafos leoneses, J.M. Cordeiro (1871) y Gracia, ninguno de ellos en El Bierzo.
Así pues, la llegada de la primera cámara fotográfica al Bierzo, debe situarse entre la consolidación técnica de la placa seca de gelatino-bromuro (1871) y la llegada del ferrocarril (1882). De hecho, las fotos más antiguas que publicamos son placas de cristal de 1880-1883, en las que el autor –posiblemente un ingeniero vinculado a la construcción del ferrocarril– recoge los trabajos de la draga y la sonda en el río Sil a su paso por Toral y La Barosa: la construcción de los puentes de la Lagartera, Rairós, El Paso y del Estrecho, etc. Aunque esta importante serie de placas no tiene fecha, es evidente que son anteriores al 1 de septiembre de 1883, día en que los reyes Alfonso XII y María Cristina cruzan por primera vez el puente del Estrecho, tras dormir en un furgón del Tren Real, en la estación de Toral de los Vados.
Tres años más tarde, en 1886, aparecen datadas dos magníficas fotos en color sepia del claustro de profesores y alumnos del Instituto de Ponferrada en el curso (1886-1887). La serie de placas de cristal de 1880-1882 y estas dos joyas de 1886 son, cronológicamente, los puntos de referencia más lejanos en la pequeña historia de la fotografía berciana.
Con la vía de penetración del ferrocarril, la fotografía entra en los acontecimientos sociales y familiares (procesiones, ferias, fiestas en el Cristo, bailes de carnaval, bodas, viajes) y en sucesos noticiosos que anticipan el futuro fotoperiodismo (accidente de un avión, funambulistas encaramados a la Torre de la Encina, competiciones de esgrima, etc.).
Los focos de atracción fotográfica se polarizan en torno a la pequeña burguesía local, hasta que surge la impresión de postales que, a partir de 1910, alcanzarán gran auge (en aquella época llegaron a venderse millones de postales. Baste un ejemplo: entre 1902 y 1905 se vendieron en España 180.000 colecciones de la serie Kaulak, ¡Quién supiera escribir!, de 10 tarjetas cada una, a 15 céntimos la postal). Muy pronto, las postales también llegarían a ser populares en El Bierzo, donde la imprenta de Veremundo Nieto o comercios como Confitería Romero inician su impresión. Sólo en Ponferrada hemos catalogado una veintena de series, la mayor parte de ellas incompletas, lo que indica el escaso interés prestado a su conservación.
Con el nuevo siglo, el fenómeno social de la fotografía puede considerarse definitivamente implantado en El Bierzo y su desarrollo correrá igual suerte que en el resto del país: una suerte dudosa, pues, contemplando las viejas fotografías, hemos experimentado con frecuencia la sensación de que las postales y retratos actuales no han logrado mejorar la calidad, la belleza y el encanto conseguidos por los pioneros. Este libro es prueba de ello.
El trabajo que aquí se presenta tomó como punto de partida «El álbum de don Adelino», extraordinaria colección de postales y fotos antiguas de Ponferrada, salpicadas de sabrosos comentarios y amenas curiosidades.
Su autor, don Adelino Pérez Gómez (1901-1990), pertenecía a una de las familias tradicionales de Ponferrada: su abuelo materno, don Rufino Gómez García, fue el introductor de la electricidad en Ponferrada, a finales de siglo. Personaje activo en la vida local ponferradina, don Adelino fue socio fundador de la Deportiva, fue alcalde y concejal del Ayuntamiento de Ponferrada en la postguerra, e impulsor de celebraciones religiosas como la peregrinación de la Virgen de la Encina por El Bierzo o, especialmente, de la tradicional Semana Santa ponferradina, siendo mayordomo de la Hermandad de Jesús Nazareno. Además de elaborar su «Álbum», don Adelino escribió las obras de teatro Estampas ponferradinas y Morenica de mis amores (evocación de las bodas de plata de la Coronación de la Virgen de la Encina); en 1975 recibió un homenaje popular en el Casino La Tertulia y se dio su nombre a una calle de la ciudad a la que había dedicado tantos esfuerzos.
«El álbum de don Adelino» consta de casi un centenar de hojas en las que don Adelino mezclaba postales antiguas y modernas, fotografías, imágenes de la Virgen de la Encina, anotaciones manuscritas, pies de foto escritos a máquina en tiras de papel, etc.
Ese álbum de recuerdos que todo el mundo hace alguna vez de su familia, don Adelino lo hizo durante años de su gran familia de vecinos ponferradinos pues, sin duda, él sentía nuestro Casco Antiguo como su propia casa. Por ello «El álbum de don Adelino» es familiar, doméstico, casi íntimo. Tiene todo el encanto y la ternura de las cosas hechas con cariño. Por esta misma razón, carece de rigor histórico: las fechas de don Adelino deben entenderse siempre como indicativas o aproximadas, incluso a veces poco aproximadas, en su afán por dar más antigüedad a fotografías y postales y a lo que éstas representan.
La ausencia de rigor no empaña el valor documental del «Álbum», cuyas anotaciones son siempre interesantes, ni mengua el mérito de su autor al recoger, guardar y conservar cuidadosamente nuestro patrimonio fotográfico y, con él, la memoria del patrimonio arquitectónico, tan arruinado y destruido. Piénsese que gracias a la fotografía tenemos hoy constancia exacta de cómo eran y dónde se hallaban edificios de valor singular y desaparecidos para siempre, para desgracia y vergüenza de los ponferradinos: el Castillo (derruido a partir de 1850), el Arco del Pairaisín († 1940), la ermita del Sacramento († 1959), el Convento de San Agustín y el Teatro († 1963), la iglesia barroca de San Pedro († 1963), la Bóveda († años sesenta), el puente de piedra sobre el río Sil († 1953), el campo de fútbol de Santa Marta († 1974), el cementerio del Carmen († 1965) etc.
Ésta es la aportación más valiosa del «Álbum», gracias a la gran colección de postales reunidas apasionadamente por don Adelino. Harto de que se las robaran cada vez que las prestaba, escribió a máquina su nombre en muchas, cosa que hoy resulta molesta estética y documentalmente. Ello no impidió que le siguieran mangando postales y, de hecho, algunas de las que se reproducen las hemos localizado en segundas y terceras fuentes.
A pesar de los desaprensivos, el «Álbum» viajó intensamente por los hogares ponferradinos. Don Adelino lo prestaba a quien se lo pedía e incluso lo ofrecía a colegios y academias, que lo hacían circular en sus aulas, entre los alumnos. Un auténtico apostolado cultural ponferradino, que él mismo definió así: «En mi locura de amor a Ponferrada, os ofrezco este álbum con fotografías que evocan tiempos pretéritos llenos de historia, figurando en destacado lugar nuestra Reina celestial y Patrona de este Bierzo encantador, la Santísima Virgen de la Encina».
El Álbum del Bierzo (1880-1936)
En 1989, los autores de esta obra participamos en la creación de la Asociación de Vecinos del Casco Antiguo de Ponferrada y desarrollamos durante un año una notable actividad en defensa de nuestro patrimonio arquitectónico, De aquella pelea, quizás no del todo estéril, quedo testimonio en nuestro libro El Casco Antiguo de Ponferrada ante su Plan Especial.
Aquel esfuerzo por acercarnos más al Casco Antiguo, pateándolo un día y otro, conversando con los vecinos, descubriendo sus rincones, nos hizo tomar conciencia de dos hechos: la ciudad arquitectónica de la vieja trama urbana de Ponferrada y el gran deterioro en que estaba y está sumida. Fue entonces cuando comenzamos a indagar en las fotografías antiguas de la ciudad, a propósito de una exposición sobre el Plan Especial (que al escribir estas líneas sigue sin ser aprobado). Tres años después pasamos el relevo de la Asociación a otros vecinos, pero continuamos la búsqueda de fotos, contagiados de algún extraño veneno fotográfico, tal vez cloruro de plata.
Siguiendo los pasos de don Adelino, al que esta obra rinde homenaje, nuestra primera labor fue continuar y completar su colección de postales, lo que ha sido de los trabajos más entretenidos de este libro. La búsqueda de postales nos ha llevado a recorrer docenas de librerías de viejo y baratillos en los rastros de Madrid, Barcelona, A Coruña, Oviedo, León y Santiago de Compostela. Hemos visto preciosas y tentadoras postales de los más diversos lugares; pero, entre cientos y cientos, encontramos muy pocas de Ponferrada, Villafranca o Bembibre. A veces, cansados de no encontrar lo buscado, pudo más el fetichismo y, enamorados de una postal coloreada de Sevilla o de Mondariz-Balneario, la adquirimos secretamente, a modo de consuelo.
Poseídos por la enfermedad del cloruro de plata, continuamos la labor de don Adelino, con el objetivo de recuperar la memoria de nuestro patrimonio. La memoria es mucho más que el recuerdo. Recuerdos, cada cual tiene los suyos y por ello los jóvenes bercianos jamás poseerán el recuerdo de cómo fue antes de nacer su valle, su ciudad, la plaza mayor de su pueblo, o cómo trabajaban o se divertían los convecinos de principios de siglo. Cuando no existe el recuerdo –porque algunos mayores los han olvidado, o porque los jóvenes no lo han tenido– es necesaria la memoria, esto es, la voluntad de aprehender el pasado para comprender mejor nuestro presente.
He aquí, pues, nuestra aportación a «las fuentes de la memoria», en palabras que sirven de título a un vasto proyecto coordinado por Publio López Mondéjar. Este Álbum es una aportación valiosa, pero sin pretensiones de tesis históricas; ni es ni pretende ser una historia de la fotografía en El Bierzo, capítulo de nuestra historia que, como otros, está por hacer.
Por el contrario, hemos procurado excitar la memoria en el lector, despertar el amor por nuestro patrimonio en los más jóvenes, y alertar en todos el sentido crítico para salvar y recuperar las especies fotográficas en grave peligro de extinción.
En nuestra primera intención, se llamó «El álbum de Ponferrada y del Bierzo», pero debemos a Ramón Carnicer la oportuna precisión de suprimir el artículo determinado. Sea pues, no «el álbum», sino Álbum del Bierzo a secas, y vengan pronto más y mejores álbumes a cargarnos las alforjas de estampas memorables, pues aquí no están –ni mucho menos– todas las fuentes de la memoria berciana; ni siquiera todas las fuentes fotográficas, que son mucho más extensas.
La que se publica ahora es una primera selección, escogida entre más de un millar que han sido depositadas en los fondos de la Filmoteca de Castilla y León. El lector tiene ante sí un ejército de imágenes y testimonios que pone cerco al olvido. Queda así su pasado el testigo a nuestros hijos para que continúen la labor y no pierdan la memoria de sus orígenes.
Ámbito cronológico y geográfico
Este Álbum del Bierzo comprende desde la llegada de las primeras fotografías al Bierzo, en las últimas décadas del siglo pasado, hasta la Guerra Incivil (1880-1936).
Hacia atrás no hubo metodológicamente otra limitación que la mera carencia de fotografías anteriores a 1880; nuestra intención y nuestra búsqueda han sido exhaustivas, pero los resultados son los que se ofrecen.
Hacia adelante, sin embargo, era preciso poner un límite y hay varias razones obvias para detenerse en 1936. Primera, con la Guerra se produce una ruptura en la pacífica estética familiar de los años veinte. Durante la guerra se afianza una suerte de fotoperiodismo (al estilo de Robert Capa) que nada tiene que ver con lo anterior.
Segunda, en la postguerra, tras un paréntesis en el que la fotografía es postergada por necesidades más perentorias, comienza a surgir un tipo de fotografías en blanco y negro, de pequeño formato, con bordes irregulares y estética cutre (especialmente en contraste con los espléndidos retratos y postales de la época anterior). De esas pequeñas fotos dentadas que enviaba el quinto a su novia desde el cuartel, podríamos encontrar centenares en los álbumes familiares de todos los bercianos. Como nuestro Álbum se detiene en 1936, algún día habrá quien tenga el gusto y la paciencia de continuarlo, y no le faltará material. Por excepción, incluimos algunas fotografías posteriores a 1936 que nos parecieron convenientes para documentar algún edificio o episodio singular.
Hay una tercera razón para concentrar nuestro esfuerzo en las primera décadas: con el final de siglo muere también físicamente la última generación de personas que guardan la memoria viva de aquella época y que puedan contarnos de palabra lo que las fotografías conservan para siempre. Ferias, mercados, tradiciones, desaparecidas, edificios destruidos por la piqueta del «progreso», personajes y familiares ausentes... Era urgente hacer esta recopilación porque dentro de diez años apenas quedarán estas fuentes vivas de la memoria. Tenemos la certeza de que, repasando las páginas de este Álbum, muchos testimonios se avivarán y fluirá, de abuelos a nietos, el caudal rico de sus recuerdos.
Por último, el ámbito geográfico de la obra es, sencillamente, El Bierzo. En consecuencia, ponga cada lector, berciano o no, sus límites donde guste, que los autores se llaman andanas en cosa de ponerle puertas al campo. En esta encrucijada de caminos, y por tratarse de un álbum de recuerdos, no hay otra frontera que la del afecto. Y cada cual se apañe con el suyo.
Algunas tareas pendientes para la historia de la fotografía berciana
La publicación de esta selección culmina nuestro esfuerzo, pero debería de ser estímulo para el inicio de otros trabajos necesarios. De hecho, nuestro libro fue concebido en principio como una obra en tres tomos dedicados a las principales villas y a sus respectivos entornos.
De aquella obra se desgajó un primer tomo, Álbum de Bembibre, publicado por Manuel Domínguez y Valentín Carrera, editado por el Ayuntamiento de Bembibre en junio de 1994, con motivo de la Salida del Santa «Ecce Homo». En esta obra publicamos una selección de más de doscientas imágenes de Bembibre y del Bierzo Alto, pertenecientes a la colección de los autores, depositada en la Filmoteca de Castilla y León, razón por la que ahora se incluye una selección de Bembibre simbólica.
En el caso de Villafranca, el libro está por hacer, pero Consuelo Álvarez de Toledo y la Asociación de Amigos de Villafranca han iniciado el trabajo de recopilación fotográfica, por lo que pronto tendremos un tercer tomo, que ojalá no sea el último. Por ello nos hemos limitado a otra selección igualmente simbólica.
Estas circunstancias explican el mayor peso específico que tiene aquí la ciudad de Ponferrada, unido el hecho de que el origen del libro fue «El álbum de don Adelino», netamente ponferradino.
Por lo demás, hechos históricos como la llegada del ferrocarril, la expansión minera de 1918 o las romerías marianas, fueron comunes a toda la comarca del Bierzo. Sin querer ser exhaustivos (las exclusiones eran inevitables por motivos de espacio), el lector encontrará fotografías de numerosos lugares bercianos: Cacabelos, San Miguel de las Dueñas, La Barosa, Quereño, Tremor, Cubillos, Campo, Villablino, Noceda, Los Barrios, San Andrés de las Puentes, Rimor, etc.
Sin embargo, estos y otros lugares siguen siendo hontanares abiertos de la memoria. Además del futuro libro de Villafranca, hay otros trabajos pendientes que sugerimos a los jóvenes que hoy estudian bachillerato.
Una de las primeras tareas debiera ser una monografía dedicada al fotógrafo ponferradino Arturo González Nieto, fotógrafo de la infanta real apodada «La Chata». Arturo González Nieto estudió en Granada, donde tuvo estudio fotográfico. En su tierra retrató con gusto la vida social ponferradina: excursiones campestres, fiestas en las fincas señoriales del Boeza (familia Matinot), de Campo (familia Valdés) o de Cubillos. Fue el cronista principal de los actos de la Coronación de la Virgen de la Encina (1908). Durante veinte años publicó en revistas de la época y ganó importantes premios; la Guerra Civil lo cogió en el Japón, de donde regresó enfermo. Falleció en Altea en 1938. Su memoria y buena parte de su obra las ha conservado celosamente María Teijelo.
Hay otras colecciones privadas que deben ser recuperadas, catalogadas y publicadas urgentemente. En Villafranca , la de Alejo Carnicer y Balbino Álvarez de Toledo. En Ponferrada, la de Severo Gómez Núñez, Valdés, Pedro F. Matachana e Ignacio Fidalgo (semanario «Aquiana»); entre otros. En Bembibre, el tesoro estético de Bernardo Alonso Villarejo.
Por último, para completar la historia de la fotografía en El Bierzo, será preciso también seguir el rastro a las fotos de S. Esperón en Toledo, L. Roisin en Barcelona, Ksdo en Galicia y los fondos de la Fundación Fermín Penzol en Vigo. Quizás entonces aparezcan algunas de las fotos que nos hubiera gustado encontrar: imágenes de la Casa-cuna en la calle Cruz de Miranda, del interior de la iglesia de San Pedro, de los molinos de las Huertas del Sacramento y de la Borriquita que había en la ermita, de la capilla del Cristo... y tantas otras.
En contraste con la generosa entrega de don Adelino, que dejaba su Álbum, a todos, en nuestra búsqueda no faltó algún que otro coleccionista tan celoso de su tesoro que no hubo forma de acceder a él, pero ni siquiera recordamos sus nombres...
Sí debemos mencionar, en cambio, con toda nuestra gratitud, a las muchas personas y familias que nos abrieron sus casas y nos permitieron acceder a sus colecciones y recuerdos familiares. A todos –incluso, si olvidáramos mencionar a alguien–, nuestro sincero reconocimiento.
Tenemos que comenzar por Carmela Nieto que, como una nueva Santa Egeria, removió Roma con Santiago y se convirtió en la más entusiasta buscadora de fotografías: no pasaba día sin dejarnos un sobre escrito por dentro y por fuera con dos o tres fotografías, una fotocopia o cualquier hallazgo sorprendente. María Teijelo nos facilitó amablemente una treintena de excelente fotografías de Arturo González Nieto y numerosos datos y revistas de interés. Pepe y Nino Cubelos, con el entusiasmo que les caracteriza, pusieron su granito de arena en el tema de la Deportiva Ponferradina, que completaron con otros aportaciones Angélica Pacios y Enriqueta Quiroga. La familia de Amalio Fernández también contribuyó, aunque la obra de Amalio –publicada en «Luz y Palabra»– es posterior a 1936.
Ignacio Linares nos entregó una colección de las postales de Esperón (Toledo) reeditada en los años cincuenta por Eugenio Prieto (Negrín), notable fotógrafo ponferradino. El pintor Luis Gómez Domingo se había tomado el trabajo de hacer negativos de varias colecciones de fotografías: sus reproducciones nos pusieron en la pista de fotos, postales y series enteras hasta entonces desconocidas.
Entretanto, los fotógrafos pontevedreses Anxo Cabada y Enrique Acuña, y los madrileños Gerardo F. Kurtz y Enrique Sáenz de Pedro, nos dieron las primeras indicaciones técnicas. El doctor Joaquín Díaz nos puso en contacto con el fotógrafo madrileño Ángel Calso, que realizó con entusiasmo y paciencia encomiables las delicadas copias de diapositivas a partir de placas de cristal.
El arquitecto Antoni González indagó en el Archivo Mas de Barcelona y nos remitió siete fotografías de los años sesenta. El Instituto Gil y Carrasco y la sociedad La Obrera nos permitieron fotografiar algunos cuadros que cuelgan en sus paredes. Los colegas de «Diario de León» y «La crónica 16 de León» nos dejaron hurgar en los desordenados cajones de sus archivos y algo apareció...
Manuel Domínguez contribuyó con su colección de Bembibre y Santiago Castelao nos aportó una serie de imágenes de Villafranca. Mención especial merece la generosa aportación de Ezequiel Quintana Llamas, a quien este libro y la historia de la fotografía berciana deben la recuperación de algunas de las imágenes más valiosas.
En estos cuatro años tuvimos siempre el apoyo, desde Valladolid, de María José Gómez y Manuel Fuentes. En Santiago, Manuel Posada y José Cerdeira colaboraron en la maqueta.
A don Ramón Carnicer, nuestra admiración.
Sin la agudeza y la sensibilidad de los arquitectos Andrés Lozano y Javier Ramos se nos hubieran escapado algunos detalles del urbanismo ponferradino. Y sin la perspicacia y la intuición de Nieves y Macarena del Barrio se nos hubieran escapado otros detalles no menos significativos...
Nuestro último agradecimiento es para todo el personal de la Filmoteca de Castilla y León que trabaja con ahínco en la recuperación del patrimonio audiovisual; y para Carlos de Casa, Director General de Patrimonio y Promoción Cultural de la Junta de Castilla y León.
- Fiat!
Y la memoria se hizo. Y fue con estos mimbres que van dichos, que urdimos este maniego en el que se escurren la lluvia de la amnesia y las riadas del olvido, y quedan limpias y presentes las imágenes de la memoria.