Buena Gente (V): Los pasados del presente | ||
Por Felipe Martínez Álvarez. | ||
Es cierto que nuestra vida se construye en y desde el tiempo biográfico y social, si bien no es totalmente intercambiable con tiempo. Todo cuanto tiene una trama temporal podemos intentar conocerlo desde cualquier momento, aunque es más cierto que este modo de conocer resultará fragmentario e inseguro hasta que no hayamos asistido a sus comienzos. Hay siempre una cierta línea maestra, cual croquis del arquitecto, que da unidad a todos los nódulos de nuestra experiencia, desde los orígenes al final. La infancia nunca nos abandona, está siempre presente en nosotros, y aparece más fuerte -aunque modificada- cuanto más se ha vivido. Quienes crean fantasías y ensueños vuelven a ser niños por aquellas huellas relevantes y valiosas, pues todo cuanto es capaz de producir una huella es porque posee una determinada densidad, si bien las huellas más relevantes y valiosas conciernen a la gratuidad. En ese venir de… y volver a… cuentan muchos y variados afluentes que nos constituyen como en cierta figura poliédrica y conforman las formas de escuchar, sonreir, pensar, valorar, adecentar y amueblar el tiempo con palabras y conductas valiosas que, por lo general, suelen consolidarse, como en una cierta esfera, en torno a los 50 años, pues superada esa edad se hace más inverosímil la mejoría; el estabilizarse y esclerosarse comienzan su andadura. Si a esa edad no hemos conseguido la pretendida madurez (moderación, modestia, autodisciplina, disposición a escuchar, participar, criterios de valoración, no fingir aspectos sino tenerlos, interés por desvelar misterios, sabor o sabiduría de la vida …),se puede decir que hemos perdido el tiempo, cual ocurre con la dorada uva del godello berciano que resulta ser, también, la integración de todos los soles del estío, por lo que tiene “prohibido madurar en Diciembre”. Somos, siempre, deudores de todo y de todos: padres, amigos, sociedad, historia yPRIMEROS MAESTROS. Solemos parecernos -culturalmente- más a nuestra sociedad que a nuestros padres. Lo que sabemos, pensamos y creemos no sería posible sin esa madre nutricia. Gracias a la educación pasa el hombre de ser un animal listo a un animal digno, transforma lo bruto y mostrenco en interrogantes, en refinamiento, paradoja, misterio, lucidez, distinguiendo lo bueno de lo malo pues, caso contrario, no se podría elegir entre lo mejor y lo peor. Es por lo que la admiración y el reconocimiento de lo valioso son virtudes de primera magnitud. Es la bondad el máximo grado de expresión intelectual aunque, con frecuencia, la maldad goce de mayor prestigio, pero, sin duda alguna, la bondad es el mejor procedimiento inventado por la inteligencia para ser feliz. Estamos obligados, aunque el mundo que nos ha tocado vivir no sea el mejor de los posibles -que no existe ni es posible- a amueblar y adecentar el mundo con verdad, bondad y belleza que, evidentemente, requieren método y disciplina, caso contrario todo se trivializa, oscurece y no entendemos nada. D. Higinio Martínez y D. José María Fernández "porque he construido un recuerdo más duradero que el bronce” (Q. Horacio).
La figura del Maestro ha comportado una muy especial consideración y respeto, pues quienes, en general, poseían la información y el saber, eran objeto de un especial miramiento, tanto es así que la expresión ” Vd. siga bien”, era lo acostumbrado. El status del Maestro implicaba para aquellos adolescentes y adultos -sin saberlo- una peculiar participación de las virtudes: Auctoritas ,Dignitas ,Gravitas que se suponían a los Magistrados de la Roma Republicana. Esta consideración hacia el Maestro presuponía un cierto pri-vilegio y tabú, que excedía al común de las personas, vivenciadas como debiendo ser así para que no todo valga igual, cuyos principios y valores necesitamos salvaguardar a fin de mantener nuestra condición de humanos, por lo que no se vivía esta condición como humillante. D. Higinio llega, como Profesor de Matemáticas, al Colegio de los PP. Paúles de Villafranca del Bierzo desde un pueblo tan evocador como San Martín del Camino. Posteriormente se traslada a Ponferrada y enseña Matemáticas en el Instituto “Gil y Carrasco”. Las peripecias de la vida le llevarán a ejercer el Magisterio en la antigua Villa de San Esteban de Valdueza. Vestido siempre de gris y sombrero de fieltro que, a la par que dignifica su figura, mitiga, en lo posible, los rigores del calor, frío y cierzo. Recorre diariamente este hombre bondadoso y afable, con paso firme y seguro, la antigua e infame carretera y la fatigosa senda del Corzo y Villarusca por entre viñedos, prados, cereales y monte bajo que conducen de Ponferrada a San Esteban. De vez en cuando comparte camino y conversación con Santiago “el carterín”. Santiago carga con una enorme valija plena de ilusiones, amores, añoranzas y noticias, a la vez que le participa lo gratificante de la entrega de la esperada carta del novio que hace el servicio militar en la lejana Melilla y que, todavía, huele a tinta reciente, del familiar emigrante en Buenos Aires, el Giro Postal, así como del interés de parte de los más pequeños en el franqueo, pues éste les permite conocer otra suerte de animales y plantas, así como personajes de rango tan notable como los Presidentes de Cuba, Argentina, Canadá yUruguay. En su ir de camino hacia San Esteban, parece D. Higinio estar un tanto ausente así como enfrascado en asuntos relacionados con sus alumnos y que reclaman todo su interés, lo cual no es poca cosa. D. Higinio siente especial devoción por el lenguaje, sabe que sin éste no es posible el pensamiento, acosándole siempre aquello de Pericles: ”El que sabe y no se explica claramente, es como si no pensara”. Es más, considera el lenguaje como una obra de arte en todas sus manifestaciones, lo que presupone un cuidadoso aprendizaje del hablar y escribir, pues no se puede hablar o escribir en un idioma que no se domina. De ahí la conveniencia de una adecuada construcción y caligrafía, tanto para uno mismo, como por deferencia y cortesía para con los interlocutores y partícipes en ideas y valores. D. Higinio ha de hacer el esfuerzo de adecuarse a sus alumnos (de 6 a 14 años), a la par que generar en ellos, en lo posible, la curiosidad y la admiración intelectual, porque si bien es cierto que primero vemos y luego podemos preguntar por la anatomía del ojo o por qué vemos -y no por ignorarlo vemos mejor o peor- es menester, sin embargo, que los alumnos han de ir introduciéndose gradualmente en los interrogantes, puesto que pensamos porque echamos algo en falta o de menos, en definitiva porque vivimos. De ahí su aparente estar ausente, tratando de conseguir ejemplos y expresiones del lenguaje diario que le permitan llegar e interesar a sus alumnos en los conceptos más relevantes de la gramática y la sintaxis, así como evitar los desaguisados resultantes de ausencias o situaciones indebidas. Es más, advierte que todo eso supone necesariamente toda una filosofía del hombre y de la naturaleza, pero tratar de aclarar todo eso sería obligar a unos adolescentes a saltar más allá de la propia sombra. Otro tanto le ocurre con los significantes y significados del lenguaje matemático, la geometría, la naturaleza, la fisiología humana… Por ello la práctica en la lectura y escritura de cantidades, la necesidad de los números y que sus operaciones sean las correctas, entender eso de minuendo, multiplicando y números quebrados; el cero a la derecha o izquierda, el uso de la coma decimal, la posición de los resultados parciales de una multiplicación o división. La necesidad e importancia de las medidas de superficie, peso, volumen; el calcular la superficie de una finca o el volumen de las maderas con sólo unos datos y con mayor precisión que si fuera en la mismísima realidad. Cómo se explica que las ranas no se ahoguen, por qué quienes habitan en el hemisferio Sur no se caen en la atmósfera, por qué flotan los barcos y no el hierro, el aceite no se mezcla con el agua y sí el vino, por qué hace más calor en verano que en invierno. El porqué de la necesidad de comer, respirar y orinar. Y, de esta guisa, toda una suerte de interrogantes sobre nuestra Geografía e Historia.
Desde el cruce con el Camino de los Maragatos, repuesto ya de la fatiga, contempla, con sosiego y gozo, la hermosura del campo y sus animales: las verdes tonalidades de las praderas, los almendros y cerezos en flor, los rojizos del alicante y mencía, los amarillos de la vid palomino, los sotos de castaño bravo de San Félix y el Sapo, las choperas del otoño, las animadas algarabías de gorjeos y silbidos de las bandadas de estorninos, las perdices de súbito y desconcertante vuelo. Una vez más constatará D. Higinio la verdad de: ”El sabio gustará del campo” (Epicuro), así como que: ”La vida del hombre es un sendero” (A. Machado).
Es muy gratificante el recuerdo de D. José María Fernández, un hombre joven, apuesto y de cercana presencia. Siempre sosegado, atento, afable y dispuesto a la demanda de un posible favor. A buen seguro que su lema como persona y maestro era: ”Mens sana in corpore sano” (D. J. Juvenal). Dos veces, por semana, pasará revista a la higiene corporal de sus alumnos, pues la piel -cabeza, orejas manos, uñas y rodillas- tiene que ver con todo lo que se cuece en el interior del cuerpo. Eran tiempos en los que determinadas enfermedades y parásitos habían tomado al asalto los cuerpos de niños, adultos y viviendas. El orden y limpieza en los pupitres y pavimento de la escuela no podían ser una excepción, al igual que cuanto hay en el aula. Las flores tienen un considerable valor educativo y, por tanto, siempre que la estación lo permita, serán imprescindibles en los lugares estratégicos de la clase. El botijo en tiempos de calor y la estufa en invierno, voluntariamente atendidas y alimentadas, resultan familiares e indispensables. La Educación Física no podía ni debía ser una excepción educativa, a pesar de la penuria del material al uso, pues hasta dos pares de guantes de boxeo y unos protectores permitían y estaban disponibles para quienes pretendieran iniciarse en el arte del pugilato. La puntualidad y la asistencia eran inexcusables en una época en que los niños y adolescentes habían de colaborar en tareas no precisamente académicas, por lo que, si procedía, habría que entrevistarse con los padres del alumno. La lectura y la escritura al dictado en el cuaderno -enseñando al alumno a tomar la pluma, a la vez que hacen en común una o dos líneas de perfecta caligrafía- la pizarra personal, servida por los artísticos pizarrines localizados por D. José y sus alumnos en la cantera, y el uso sistemático de las dos pizarras del aula, son necesarios elementos de la actividad académica de todos los días. Sabe D. José que la lectura y escritura potencian el rigor y la formación del mundo interior, que son actividades creadoras y, por tanto, también neutralizan el aburrimiento y la pereza. De igual modo, que la riqueza de las naciones procede del saber y los valores -que siempre liberan y atan- de sus ciudadanos, y que son la forma para superar los obstáculos de la ignorancia, el dogmatismo, la miseria y hasta la enfermedad. Para la Historia de España e Historia Sagrada, reúne, D. José, en círculo a sus alumnos que leen los pasajes más sorprendentes, llamativos, y que él suele completar con un decir persuasivo y colorista. Todo ello quedará, por siempre, como inolvidable recuerdo. Los pequeños logros de los alumnos se premian con unos vales que, a finales de curso, se canjearán por modestos libros que tratan de evitar la degradación, así como estimular la fantasía, el misterio y la ensoñación (El guardabosque y el Emperador; El indio que no sabía leer) tan necesarias en la vida de todos los días. Tenía D. José unas colmenas cuya vida interior mostraba -con cautela- a nuestra presencia y curiosidad, al tiempo que reclamaba nuestra atención sobre la organización, vida interna y externa de aquellos laboriosos e infatigables insectos. Esta clase práctica servía de iniciación para posteriores visitas al campo inculto y al monte, a fin de que conociéramos todo ese maravilloso mundo de biodiversidad de la flora y fauna, sus relaciones, influencias, las funcionalidades de la corteza, de las flores, el color y dureza de las hojas, los insectos peludos, los de “el esqueleto por fuera”, los increíbles ojos de insectos y pájaros. La respiración, defensas, nidos y madrigueras de tantos seres vivos. La orientación por el musgo. La distinta duración de días y noches y las estaciones frías y cálidas. Quedan pendientes, como deberes para el día próximo, los interrogantes y sus posibles respuestas. Entiende D. José que la comunicabilidad constituye la verdadera autonomía de los individuos, así como que la búsqueda de la claridad y del hacerse, no terminan nunca. Que tener en cuenta el propio presente es tener en cuenta a sí mismo, que implica, también, tener en cuenta a los demás, por lo que, en pequeños grupos, pasarán por su casa todos los alumnos a fin de escuchar aquel extraño y misterioso artilugio -que tiene antena de aire, tierra y agua- y que emite noticias y música, en una presencia ausente, y que será menester identificar como boleros, tangos, fox, zarzuelas… y los pertinentes instrumentos de saxo, guitarra, oboe, piano. En esta misma línea figura la asistencia a algunas proyecciones cinematográficas en el antiguo Teatro Edesa, así como la entrega, por los mismísimos Reyes Magos, de unos juguetes maravillosos que no tienen parangón con aquellos otros, también hermosos, pero de confección rústica y casera. Para poder repasar ,fijar conocimientos y prácticas académicas en el largo y paralizante invierno -a la vez que tiempo propicio para la reflexión- no podían faltar las clases de adultos. Los más adelantados y motivados gozaron de aquella, y nunca suficientemente ponderada, Aritmética Razonada de Dalmau Charles. Dos o tres veces por semana, encarga, D. José, a una lechera o a un alumno, que se desplazan hasta Ponferrada, que le adquieran el diario Pueblo, cuyo valor es de 0,15 céntimos de peseta. Es criterio de D. José que gran parte de la cultura occidental se ha consolidado sobre la hegemonía de la cultura impresa y la conversación que, ciertamente, no consisten en afirmar o negar, explicar o justificar sino que son, más bien, un espacio de respeto y reconocimiento que eliminan el deseo de invasión y conquista; un espacio de sugerencias, seducción y expectativas en las que nadie puede tener la última palabra. Es pues menester mostrar siempre nuestro reconocimiento y gratitud a cuantos nos enseñaron que dar es la mejor forma de adquirir, que la fecundidad está por encima de la eficacia, que vivir la vida de los otros como si fuera propia, con pudor, con respeto y con cuidado, es fomento de lo humano, un saber de sí mismo que hace libres a los esclavos. |
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