DOCUMENTAL
HISTORIA DE LA CASTAÑA
Mediante la conservación de la “fiesta de la castaña” (el magosto) se pueden atisbar muchos aspectos de la vida cotidiana de nuestros ancestros prehistóricos.
Esta celebración, de tipología pagana, es producto de la adquisición de conciencia social e individual por parte de los primeros pobladores de los que tenemos referencia.
Esta celebración, de tipología pagana, es producto de la adquisición de conciencia social e individual por parte de los primeros pobladores de los que tenemos referencia.
Hay otras connotaciones a resaltar como que también constituía un rito en el culto a la fecundidad y al simbolismo: el hombre, simbolizado por el Sol-astro rey, dios que todo lo fecunda en una reproducción ininterrumpida. Con posterioridad, la tradición primigenia y pagana fue adoptada y transformada por el cristianismo que logró incardinarla en el culto a los santos y difuntos, entendiendo que en los días 1 y 2 de noviembre se efectuaba una especie de muerte y resurrección de un nuevo ciclo solar. En concreto, la festividad del 1 de noviembre proviene de inicios del siglo XII, momento en que el papa Bonifacio IV aceptó del Emperador de Oriente el Panteón de Agripa, erigiendo sobre él una iglesia cristiana consagrada a la Madre de Dios y a Todos los Santos
A partir de los vestigios que se pueden identificar en tierra berciana sabemos que los habitantes castreños tenían una dieta cubierta por sus cultivos agrícolas, que eran fundamentalmente el trigo, el sorgo y el maíz fino y, en los antecastros, se laboraban legumbres, habas y chícharos.
Por otra parte, frutos espontáneos como las bellotas y las castañas eran consumidos.
Todo lo anterior se puede afirmar teniendo en cuenta diversos estudios basados en técnicas carpológicas o de simientes, antracológicos o de productos orgánicos y, ante todo, palinológicos (examen de pólenes de las floraciones).
Así se ha de concluir terminantemente que el castaño estaba presente en El Bierzo antes de la llegada de los romanos. Asimismo, fue destacable la sustitución de bosques de otras especies por castaños, en tiempos de la dominación romana, que procedían de la parte continental europea.
El Campano,castaño emblema de los arboles monumentales del Bierzo.
Los castaños (Castanea spp.) son un género de plantas de la familia de las fagáceas, nativas de las regiones templadas del hemisferio norte.
Se conoce como castaña a las nueces de estos árboles.
La llegada de los castaños a la península Ibérica hay que agradecérsela al Imperio Romano, la afición de los romanos por este fruto originario de Italia, les llevó a extender esta especie por todo el Imperio, llegando hasta nuestros días siendo ya considerada como una especie autóctona.
El castaño gozó de una relevancia notoria en la Edad Antigua pues, empezando por analizar su distribución, se pueden rescatar datos de la etnografía, la culinaria y la historia en otros ámbitos.
Indagando en las sedes monásticas (Tumbos) se extraen muchas aportaciones a períodos históricos y se añaden detalles importantes de la vida social y política del momento determinado.
Sin embargo, en cuanto al origen del castaño, existe una amplia coincidencia en que su procedencia sería de Oriente y que fue ampliando su área de expansión por la Europa mediterránea, siendo los romanos los que lo propagaron por el interior de nuestro continente.
LA EDAD MEDIA:
El lugar habitual para encontrar los castaños es “el soto”, porque en estos espacios de tierras incultas es donde se dan las mejores condiciones para su desarrollo. Ahora bien, debido a su vital necesidad de subsistencia, el poblador medieval le tenía que prodigar unos pequeños cuidados: así, una de las tareas a realizar era la poda que mejoraba la calidad del fruto y, por otro lado, las ramas y madera inservible se utilizaba para consumo energético en el hogar familiar.
Los injertos servían para seleccionar especies más productivas, en sus dos variantes de raíz y de garfio. Y era costumbre en los aforamientos dejar constancia de que fueran sustituidos los pies de castaño destruidos o muertos, así como el desbroce de la maleza que se iba acumulando en los sotos. Otra repercusión del cultivo del castaño es la conservación en la toponimia de términos como Soto-Souto y Soutelo-Sotelo. Ejemplo berciano es la denominación Sotoparada o Parada de Soto, en el Bierzo Oeste.
Las repoblaciones, llegado cierto momento (1210-1355) se hicieron sistemáticamente, lo cual demuestra la relevancia de los castaños en la Baja Edad Media. Al mismo tiempo, fueron poblados nuevamente de castaños terrenos dedicados al cultivo, si bien con una buena planificación. De esta manera, se diferenciaban los castaños según fueran los de los sotos “bravos” y “mansos”.
La preocupación por la conservación de los sotos llevó a promulgar un ordenamiento legal desde los primeros tiempos en la Edad Media para conseguir que no se produjeran prácticas abusivas que los esquilmaran. Posteriormente, es indicativa una ley de Alfonso X el Sabio, con objeto de evitar incendios en toda la jurisdicción de la Archidiócesis de Santiago. Este monarca de Castilla, León, Toledo, Galicia,… dictó normas para que nadie talara los árboles bajo la amenaza de fuerte sanción. Del mismo modo, manda el pago de un tributo por el aprovechamiento de pastos y leña (´”montazgo”). Incluso las Órdenes militares (Calatrava, Temple, Alcántara, San Juan y Uclés) no se libraban de este gravamen.
El castaño es un elemento que, desde antiguo, estaba dotado de una potencialidad notable para suministrar materias primas: se cumplía con el precepto de adecuada explotación forestal y maderera.
Con todo, la madera de los sotos, fruto de la caída de las ramas o talado del árbol inservible, se hizo servir para satisfacer muchas necesidades: como ejemplos más llamativos, en las zonas vitivinícolas, se disponían unas tablas para armazón de las traviesas de las viñas o, en la labor artesanal, se elaboraban con ella herramientas de todo tipo, mobiliario (arcas) y otros utensilios (cayados, arcos,…).
Y mismo en el campo de la construcción, se trabajaba la madera de castaño para componer puertas, ventanas, herramientas y aperos para la labranza; para elementos religiosos como artesonados y techos, junto con su uso en la carpintería.
Su complementariedad con el “carballo” (y sus propiedades) determinaron que, a veces, fuera utilizado en obra pública para el tendido de puentes o pasadizos.
Los foreros, de la segunda década del XVI, se veían ciertamente presionados para vender la madera del castaño (las tablas) pues su utilidad y aprecio para obras definidas era creciente.
El castaño fue considerado como un “bien raíz”, lo cual da idea de su importancia al final de la Baja Edad Media, sus usufructos (madera y frutos) fueron objeto de transacciones habituales, incluso de árboles sueltos o las utilidades de los sotos, lo cual fue fuente de muchos litigios. Aún se recuerda cómo, en la zona de Puente de D. Flórez, se hablaba del “árbol volador”, situación en que, de una heredad, los frutos y madera del árbol eran legados a un sucesor por fideicomiso que se transmitía indefinidamente, con lo cual el verdadero propietario sólo conservaba la titularidad y el derecho de pastos y la obligación de cuidar o no del bosque.
Dentro de la disposición de la explotación agraria, los foreros delimitaban las tierras cultas de las incultas. Era corriente que las propiedades monásticas fueran adjudicadas por “foro” a labradores privilegiados por bastante tiempo, sobre todo con árboles susceptibles de dar frutos, caso de los castaños o manzanos.
Algunos sotos se citan en documentos regios, aunque sean escasos, como en ciertas permutas: Ordoño II con el Obispo de Iria-Flavia Gundesindo o la donación de Ordoño IV al Obispo Sisnando II de Iria.
Los monasterios, erigidos en zonas de amplio arbolado y que no eran muchos, tenían extendidos sus frutos y rentas por varias zonas. De cualquier forma, los cenobios subsistieron gracias a los recursos forestales y agrícolas, fueran o no trabajados por los monjes. Y, en este sentido, los sotos eran también fuente de ingresos.
Los monasterios, como señores en propiedad plena de sus posesiones, reglamentaban en algunos casos la forma de hacerse con los frutos, maderas o, en general, el recto proceder de los arrendatarios, como no cortar los castaños, no apañar las castañas caídas o cómo efectuar la poda.
El proceso de recogida, almacenamiento y tratamiento de la castaña era peculiar: a finales de septiembre, cuando la castaña está casi madura y los primeros orizos caen al suelo, es el instante preciso de pensar en su recolección.
En primer lugar, se procede al vareado de todas las ramas, con palos de diferentes tamaños y longitud. Caídos los orizos, se ha de mencionar cómo los arrendatarios, a veces, tenían la obligación de dejar una cierta cantidad de castañas al lado del árbol para pagar así la renta en especie. Seguidamente, recogidas las castañas del interior de los erizos, su conservación pasaba por su almacenamiento en unas estructuras pétreas, llamadas secaderos o “sequeros”. Otra modalidad de secado de la castaña tenía su ubicación en el hogar familiar, mediante los denominados “cañizos” y al calor de la lumbre de suelo (“de lareira”). A continuación del secado, el almacenaje se hace en unos grandes “recipientes” de piedra o madera, que llevan el nombre de “cisternas”.
En cuanto a las diferentes elaboraciones en las que participa la castaña, en correspondencia con el pago de las rentas, estaría el de satisfacer la deuda a los señoríos con una parte de las castañas secas, aunque se dan casos en que la proporción era sobre la castaña pisada, en verde y sin secar o, en fin, asadas.
La consumición de la castaña podía ser adicional, junto a la nuez y la avellana, como frutos secos; como sustento adecuado para el ganado de cerda o en sus distintas elaboraciones que se fueron descubriendo.
Los tipos más conocidos de castañas es la verdeal, o más temprana, también reconocida como “Sanmigueliña”. Están las que se cosechan en noviembre, de clase “negral” por su color oscuro, de las más duraderas. Otra forma de nombrar a las anteriores es con la palabra “serodia”. Todas las variedades de castañas, sin distinción, suponían un deber para el forero: cumplir con su contraprestación en el momento acordado (Cuaresma, Miércoles de Ceniza, por Navidad, en la festividad de San Andrés o en el Carnaval).
Las castañas, por último, sirvieron como valor-moneda de cambio, en cuyo caso era necesario disponer de medidas de capacidad, la mayoría de influencia musulmana: así, “las tegas”, “los cuarteiros”, los celemines, “los mollos”, las fanegas y los almudes y los ferrados. Para valorar adecuadamente, se ha de hacer observar que una fanega equivalía a 14 maravedíes blancos. Otros modos de pagos eran efectuados en sueldos o en dineros.
Indagando en las sedes monásticas (Tumbos) se extraen muchas aportaciones a períodos históricos y se añaden detalles importantes de la vida social y política del momento determinado.
Sin embargo, en cuanto al origen del castaño, existe una amplia coincidencia en que su procedencia sería de Oriente y que fue ampliando su área de expansión por la Europa mediterránea, siendo los romanos los que lo propagaron por el interior de nuestro continente.
Quiso Dios delimitar la Región del Bierzo ,con su fauna y vegetación,sus sotos de castaños ùnicos en el mundo.
La singularidad natural de esta Región no la reconoce la ley del Hombre.
La celebración del magosto, desde su génesis, se distribuía en dos partes:
Antitéticas, por cierto, la primera en honor de los vivos y la segunda, de los muertos.
Lógicamente, era de tipo ritual simbólico: la castaña aludía al mundo de los difuntos pues se creía, incluso, que representaba su alma, pues se ha de incidir en que la castaña es un fruto y, a la vez, simiente que crece, madura y, tras desembarazarse del espinoso orizo y pasar por todas las inclemencias meteorológicas producidas por acción del agua, aire y tierra- tres elementos fundamentales-, es el precedente de un nuevo castaño.
Esta fuente alimentacia no agotaba su utilización, en principio, con el fin de la temporada recolectora sino que, eran muy apreciadas entorno al 1 de mayo (“maidas” o “maiadas”).
Como curiosidad, cabe indicar que siempre se abandonaban algunas castañas, al lado de la hoguera, para que, terminado el magosto, sirvieran para nutrir a los difuntos y, asimismo, para que se calentaran con los rescoldos sobrantes de la hoguera.
Otra anécdota etnográfica es que se pensaba que, con cada castaña que se consumía, era liberada un alma del purgatorio. Y, en el plano dialectológico y para establecer una relación como productos sustitutorios entre castaña y patata, aún se recuerda que en ciertos lugares de Galicia se referían a la patata como “la castaña de tierra”.
De todas formas, este trabajo breve se ha de centrar en la Época medieval (circunscrito, más bien, a la etapa bajo-medieval) ya que la transcendencia de lo “inculto” en la sociedad rural o agraria típica es mayor que lo fue antes y que lo será después.
Lógicamente, era de tipo ritual simbólico: la castaña aludía al mundo de los difuntos pues se creía, incluso, que representaba su alma, pues se ha de incidir en que la castaña es un fruto y, a la vez, simiente que crece, madura y, tras desembarazarse del espinoso orizo y pasar por todas las inclemencias meteorológicas producidas por acción del agua, aire y tierra- tres elementos fundamentales-, es el precedente de un nuevo castaño.
Esta fuente alimentacia no agotaba su utilización, en principio, con el fin de la temporada recolectora sino que, eran muy apreciadas entorno al 1 de mayo (“maidas” o “maiadas”).
Como curiosidad, cabe indicar que siempre se abandonaban algunas castañas, al lado de la hoguera, para que, terminado el magosto, sirvieran para nutrir a los difuntos y, asimismo, para que se calentaran con los rescoldos sobrantes de la hoguera.
Otra anécdota etnográfica es que se pensaba que, con cada castaña que se consumía, era liberada un alma del purgatorio. Y, en el plano dialectológico y para establecer una relación como productos sustitutorios entre castaña y patata, aún se recuerda que en ciertos lugares de Galicia se referían a la patata como “la castaña de tierra”.
De todas formas, este trabajo breve se ha de centrar en la Época medieval (circunscrito, más bien, a la etapa bajo-medieval) ya que la transcendencia de lo “inculto” en la sociedad rural o agraria típica es mayor que lo fue antes y que lo será después.
LA EDAD MEDIA:
El lugar habitual para encontrar los castaños es “el soto”, porque en estos espacios de tierras incultas es donde se dan las mejores condiciones para su desarrollo. Ahora bien, debido a su vital necesidad de subsistencia, el poblador medieval le tenía que prodigar unos pequeños cuidados: así, una de las tareas a realizar era la poda que mejoraba la calidad del fruto y, por otro lado, las ramas y madera inservible se utilizaba para consumo energético en el hogar familiar.
Los injertos servían para seleccionar especies más productivas, en sus dos variantes de raíz y de garfio. Y era costumbre en los aforamientos dejar constancia de que fueran sustituidos los pies de castaño destruidos o muertos, así como el desbroce de la maleza que se iba acumulando en los sotos. Otra repercusión del cultivo del castaño es la conservación en la toponimia de términos como Soto-Souto y Soutelo-Sotelo. Ejemplo berciano es la denominación Sotoparada o Parada de Soto, en el Bierzo Oeste.
Las repoblaciones, llegado cierto momento (1210-1355) se hicieron sistemáticamente, lo cual demuestra la relevancia de los castaños en la Baja Edad Media. Al mismo tiempo, fueron poblados nuevamente de castaños terrenos dedicados al cultivo, si bien con una buena planificación. De esta manera, se diferenciaban los castaños según fueran los de los sotos “bravos” y “mansos”.
La preocupación por la conservación de los sotos llevó a promulgar un ordenamiento legal desde los primeros tiempos en la Edad Media para conseguir que no se produjeran prácticas abusivas que los esquilmaran. Posteriormente, es indicativa una ley de Alfonso X el Sabio, con objeto de evitar incendios en toda la jurisdicción de la Archidiócesis de Santiago. Este monarca de Castilla, León, Toledo, Galicia,… dictó normas para que nadie talara los árboles bajo la amenaza de fuerte sanción. Del mismo modo, manda el pago de un tributo por el aprovechamiento de pastos y leña (´”montazgo”). Incluso las Órdenes militares (Calatrava, Temple, Alcántara, San Juan y Uclés) no se libraban de este gravamen.
El castaño es un elemento que, desde antiguo, estaba dotado de una potencialidad notable para suministrar materias primas: se cumplía con el precepto de adecuada explotación forestal y maderera.
Con todo, la madera de los sotos, fruto de la caída de las ramas o talado del árbol inservible, se hizo servir para satisfacer muchas necesidades: como ejemplos más llamativos, en las zonas vitivinícolas, se disponían unas tablas para armazón de las traviesas de las viñas o, en la labor artesanal, se elaboraban con ella herramientas de todo tipo, mobiliario (arcas) y otros utensilios (cayados, arcos,…).
Y mismo en el campo de la construcción, se trabajaba la madera de castaño para componer puertas, ventanas, herramientas y aperos para la labranza; para elementos religiosos como artesonados y techos, junto con su uso en la carpintería.
Su complementariedad con el “carballo” (y sus propiedades) determinaron que, a veces, fuera utilizado en obra pública para el tendido de puentes o pasadizos.
Los foreros, de la segunda década del XVI, se veían ciertamente presionados para vender la madera del castaño (las tablas) pues su utilidad y aprecio para obras definidas era creciente.
El castaño fue considerado como un “bien raíz”, lo cual da idea de su importancia al final de la Baja Edad Media, sus usufructos (madera y frutos) fueron objeto de transacciones habituales, incluso de árboles sueltos o las utilidades de los sotos, lo cual fue fuente de muchos litigios. Aún se recuerda cómo, en la zona de Puente de D. Flórez, se hablaba del “árbol volador”, situación en que, de una heredad, los frutos y madera del árbol eran legados a un sucesor por fideicomiso que se transmitía indefinidamente, con lo cual el verdadero propietario sólo conservaba la titularidad y el derecho de pastos y la obligación de cuidar o no del bosque.
Dentro de la disposición de la explotación agraria, los foreros delimitaban las tierras cultas de las incultas. Era corriente que las propiedades monásticas fueran adjudicadas por “foro” a labradores privilegiados por bastante tiempo, sobre todo con árboles susceptibles de dar frutos, caso de los castaños o manzanos.
Algunos sotos se citan en documentos regios, aunque sean escasos, como en ciertas permutas: Ordoño II con el Obispo de Iria-Flavia Gundesindo o la donación de Ordoño IV al Obispo Sisnando II de Iria.
Los monasterios, erigidos en zonas de amplio arbolado y que no eran muchos, tenían extendidos sus frutos y rentas por varias zonas. De cualquier forma, los cenobios subsistieron gracias a los recursos forestales y agrícolas, fueran o no trabajados por los monjes. Y, en este sentido, los sotos eran también fuente de ingresos.
Los monasterios, como señores en propiedad plena de sus posesiones, reglamentaban en algunos casos la forma de hacerse con los frutos, maderas o, en general, el recto proceder de los arrendatarios, como no cortar los castaños, no apañar las castañas caídas o cómo efectuar la poda.
El proceso de recogida, almacenamiento y tratamiento de la castaña era peculiar: a finales de septiembre, cuando la castaña está casi madura y los primeros orizos caen al suelo, es el instante preciso de pensar en su recolección.
En primer lugar, se procede al vareado de todas las ramas, con palos de diferentes tamaños y longitud. Caídos los orizos, se ha de mencionar cómo los arrendatarios, a veces, tenían la obligación de dejar una cierta cantidad de castañas al lado del árbol para pagar así la renta en especie. Seguidamente, recogidas las castañas del interior de los erizos, su conservación pasaba por su almacenamiento en unas estructuras pétreas, llamadas secaderos o “sequeros”. Otra modalidad de secado de la castaña tenía su ubicación en el hogar familiar, mediante los denominados “cañizos” y al calor de la lumbre de suelo (“de lareira”). A continuación del secado, el almacenaje se hace en unos grandes “recipientes” de piedra o madera, que llevan el nombre de “cisternas”.
En cuanto a las diferentes elaboraciones en las que participa la castaña, en correspondencia con el pago de las rentas, estaría el de satisfacer la deuda a los señoríos con una parte de las castañas secas, aunque se dan casos en que la proporción era sobre la castaña pisada, en verde y sin secar o, en fin, asadas.
La consumición de la castaña podía ser adicional, junto a la nuez y la avellana, como frutos secos; como sustento adecuado para el ganado de cerda o en sus distintas elaboraciones que se fueron descubriendo.
Los tipos más conocidos de castañas es la verdeal, o más temprana, también reconocida como “Sanmigueliña”. Están las que se cosechan en noviembre, de clase “negral” por su color oscuro, de las más duraderas. Otra forma de nombrar a las anteriores es con la palabra “serodia”. Todas las variedades de castañas, sin distinción, suponían un deber para el forero: cumplir con su contraprestación en el momento acordado (Cuaresma, Miércoles de Ceniza, por Navidad, en la festividad de San Andrés o en el Carnaval).
Las castañas, por último, sirvieron como valor-moneda de cambio, en cuyo caso era necesario disponer de medidas de capacidad, la mayoría de influencia musulmana: así, “las tegas”, “los cuarteiros”, los celemines, “los mollos”, las fanegas y los almudes y los ferrados. Para valorar adecuadamente, se ha de hacer observar que una fanega equivalía a 14 maravedíes blancos. Otros modos de pagos eran efectuados en sueldos o en dineros.
Articulo realizado por el profesor:
MARCELINO B. TABOADA
MARCELINO B. TABOADA