«Toca, toca, me cagüendios, que cuando tú seas músico yo seré fraile», le decía un vecino a Sergio, el de Odollo, cuando hacía sonar en el monte, mientras cuidaba las cabras su chifla de sabugueiro. «No tocaban por solfa», aclara su esposa, Adelina. Aprendían de oído. «Nosotros soplábamos como burros, ahora lo traen todo grabado», apostilla el hombre.
Sergio Álvarez Cañueto es uno de los músicos que amenizaba la procesión de San Pedro, él recuerda más la de Corpus, en su pueblo cuando el 29 de junio de 1962 el escritor Ramón Carnicer recaló en el primer pueblo de Castrillo de Cabrera con su sombrero de segador, su cámara y su cachava acompañado por el famoso cura don Manuel Bruña, que venía de una bautizo en Llamas y tenía allí su casa. Sergio se hizo músico y el señor Lisardo, que también era músico, no se hizo fraile. «Lo pasamos muy bien, conocimos a mucha gente y nos quisieron mucho», afirma.
Se acuerda mucho de Manolo, el trompetista, que todavía vive y en la pared de su cocina cuelga una foto de la Orquesta Sonora de Odollo (León) que recorría La Cabrera y muchos pueblos del Bierzo y Zamora desde 1945 hasta que se fue quedando solo «porque todos marcharon para Alemania y otros sitios». «Todo a pie porque entonces no había carreteras», cuenta.
Un accidente con las caballerías que le dejó lesionado el hombro le obligó a emigrar también a él. Andaba ya cerca de los 55 años y se empleó de portero en una casa de la plaza de Salamanca de Madrid. Cuando él se jubiló contrataron a su mujer y aguantaron otros años más. Pero volvieron y son de los pocos vecinos, de La Cabrera que pateó y retrató Ramón Carnicer, que siguen en el pueblo. Tienen 93 y 86 años. Y es el hombre quien cuida de la mujer desde que, hace casi dos años, ella sufrió una trombosis. «Pasa, pasa... en esta casa se entra sin más», invita el hombre desde la cocina.
Adelina está con los pies metidos en el horno de la cocina económica, que el hombre aviva de vez en cuando con la leña que le ha tocado en las suertes del pueblo. «El carbón es muy caro para este pueblo», alega.
En Odollo se detiene varios capítulos el libro que publicó en 1964 de aquel viaje de ocho días a pie por La Cabrera Baja. Donde las Hurdes se llaman Cabrera, que cumple ahora 50 años, vio la luz en Barcelona de la mano de la editorial Seix Barral.
Nadie se imaginaba, y menos el autor, que levantaría una polvareda monumental en una provincia sumida en el letargo de la dictadura y cuyas gentes ansiaban progresar. Cerca de treinta artículos periodísticos se publicaron en Diario de León entre 1964 y 1966 con alusiones a Carnicer y su libro.
El primero, de don Antonio González de Lama, ponderaba al autor y describía su recorrido, solo y a pie, por La Cabrera Baja. «Carnicer no hace juicios, no predica ni denuncia, se limita a describir y contar», decía. El único matiz aludía al título: «No hay comparación entre las Hurdes y La Cabrera». Pero a continuación aplaudía la iniciativa: «Bien está que haya libros como este que pongan ante los lectores la trágica situación de unos hombres, esclavos de la tierra, que no tienen otro remedio a sus males que la huida, la emigración». Por lo demás, alababa su «sencillez», «sobriedad» y que más que los paisajes, «la descripción de la vida y de los hombres», así como las fotografías que acompañan el relato.
El libro de relatos, como se subtituló en la primera edición, sacó a la comarca del olvido. Pero sobresaltó al poder civil y eclesiástico y hubo quien exigió, como Fernando Sastre, la prohibición de su venta y que el autor declarado persona non grata. «A Carnicer le querían correr porque dijo las verdades», alega Herminio, de Noceda, mientras mira la foto que le hizo Carnicer. Herminio era pastor y lo fue toda la vida en Noceda. Uno de los pocos que no emigró. Su hijo acaba de retornar: «Se puso la cosa mala y le di mi rebaño».
«Entonces había 10 o doce chavales en la escuela, ahora lo único que hay aquí es tranquilidad; vacas sí, pero ganado menudo no hay nada, nadie quiere ir con cabras y ovejas», explica mientras camina hacia el centenario tejo de la iglesia. Conoce bien a Amable Liñán, el laureado científico que salió de pequeño del pueblo. Su padre era tratante de ganados. La gente más pudiente. «Algo ganaban pero también las pasaban estrechas por los caminos para ir a Maragatos, que no había camiones», rebate Herminio.
La Cabrera contará con la primera ruta literaria señalizada en la provincia de las muchas que se podrían hacer con el caudaloso río de libros de ficción y de viajes de las letras leonesas. Sigue los pasos de Ramón Carnicer en Donde las Hurdes se llaman Cabrera.
Los alcaldes de Castrillo de Cabrera, Encinedo y Truchas están decididos a ejecutar el proyecto coincidiendo con el cincuenta aniversario de la publicación del libro. La ruta, no obstante, quedará incompleta si los alcaldes de Benuza, Rafael Blanco, y de Puente de Domingo Flórez, Julio Arias, ambos del PP, no se suman al proyecto que costará en su conjunto en torno a 30.000 euros. «Esperamos financiación de la Junta o de la Diputación», alegan.
Son casi 150 kilómetros de recorrido, aunque como escribió Carnicer, «los viajes no se miden por quilómetros sino por horas de camino». Carnicer empleó ocho jornadas a pie, pasó por una veintena de pueblos y conversó y retrató con su cámara a numersosas personas, paisajes, pueblos y escenas de la vida cotidiana.
Algunas gentes aparecen con nombre propio, como el famoso cura de Odollo, don Manuel Bruña, un gallego que vivió más de 30 años en la comarca y cuya fotografía, rezando las horas sentado en el pórtico de la iglesia, ilustra la portada de la primera edición; también es real Ramiro, el del Puente; Antonio Armesto, el cantinero de Castroquilame; Benigno el tamboritero; la maestra de Saceda, doña Virginia, Ceferino, el maestro del aceite, Alberto, su guía entre Quintanilla y La Baña, que soñaba con una carretera que no llegó hasta 1979; Herminio, el de Noceda, las niñas de Castrillo y Justina, la mujer que le hizo un encargo al escritor: «Diga cómo estamos aquí, a ver si se acuerdan de nosotros, que vivimos como los animales del monte».
Otros se difuminan fueron reconocidos en la obra, como el extravagante médico don Leopoldo con quien Carnicer se cruzó en el camino de Nogar a Robledo de Losada.
La vida en La Cabrera ha cambiado. «Es una pena, la gente que había en este pueblo y ahora es una desolación», afirma Adelina Álvarez, que recuerda sus tiempos mozos. «Me casé joven y crié ocho hijos», cuenta. Así eran casi todas las familias. La mayoría son carniceros en Madrid, profesión en la que recalaron muchos cabreireses, sobre todo de La Cabrera la Alta, puntualiza la mujer.
Otros se hicieron pescaderos, cuentan en Castrillo Roberto y Manolo, dos albañiles que arreglan una casa y aunque critican la general falta de respeto a la arquitectura tradicional comprenden que «es más barato». «En este pueblo se ha obrado bastante gracias a los carniceros y pescaderos», aseguran.
La que fue cantina de Laureano, donde se alojó Carnicer en este pueblo, fue una de las primeras casas que arreglaron estos albañiles de Nogar. «La dividieron en dos», explican. Allí oyó Carnicer una de tantas historias de maquis que se cuentan en La Cabrera, pero quizá la más trágica puesto que en una refriega con la Guardia Civil fue víctima una de las hijas de Laureano.
«Yo conocí a Girón», asegura Sergio. «Ibas con las vacas y se daban a ver y luego teníamos aquí muchas refriegas con la policía porque nos acusaban de ayudarles. Aquí hubo mucha gentuza: hubo moros, hubo soldados, hubo policía... iba uno con las vacas de pastor cogiendo miedo porque no había libertad y si alguien te denunciaba aunque no fueras culpable estabas arreglao...», agrega.
En la cocina de Sergio y Adelina hay un retrato de un militar. «Es el teniente general Veguillas, que estuvo por aquí haciendo mediciones en el río para un pantano y siempre me decía: a los lobos de aquí nos los tengo miedo, son peores los del asfalto. Y qué razón tenía, a él lo mataron los de ETA».
Sergio se embala al hablar del teniente general y le dice a su mujer que no le interrumpa, que «me cortas el rollo»... y cuenta, paso a paso, su visita al militar el ministerio, en el Paseo de la Castellana. «Cuando le mataron le mandé una carta a Narcís Serra, que era el ministro de Defensa, y me contestó que daba las condolencias a la viuda».
Se hace tarde y hay que marchar. «La Baña, capital; antes era Pombriego», dice la mujer. Entre Odollo y Llamas está el peor tramo de la carretera LE-7311 cuyo estado conoció por sus propios ojos el año pasado la presidenta de la Diputación. Isabel Carrasco prometió un convenio con la Junta, con la consejería de Silván, para arreglar el vial pues cuesta 18 millones de euros y es imposible de abordar en solitario por la institución provincial, tal y como ya contestó al alcalde en un escrito hace cuatro años.
La carretera «nos está coaccionando mucho, ni siquiera tenemos ya un bar en todo el municipio», alega Tomás Blanco. Pero apuesta por la ruta que servirá, además, para dar a conocer el centro de interpretación de la casa cabreiresa de Marrubio y las rutas de senderismo que se pueden hacer por los caminos que pisó Carnicer —la carretera no existía— en su viaje.
El alcalde de Encinedo y diputado provincial, José Manuel Moro, también está comprometido en la señalización de la ruta. El municipio cuenta ya con el Museo de La Cabrera, en Encinedo, y pronto tendrá en La Baña el cazario. El alcalde de Truchas , Francisco Simón, pondrá los carteles en el Alto de Peña Aguda y El Carbajal. Carnicer no pasó por Truchas aunque también aparece en el libro, nada menos que para explicar el origen del topónimo de La Cabrera con la leyenda del castillo de Peña Ramiro en la que los lugareños ganaron una batalla al enemigo musulmán con un ejército de cabras que simulaban ser hombres. «Cabra era», escribió Carnicer.
También aparece Iruela y su relojero Losada, el fabricante del reloj de la Puerta del Sol. El viaje de Carnicer es irrepetible, pero son muchas las personas que han entrado en La Cabrera tras sus pasos. «Dijo lo que era, igual aún le faltaron cosas», afirma Antonio, de Corporales, en alto de Peña Aguda. Trabajaba en la pizarra. «Si no hubiera sido por las pizarreras esto hubiera quedado despoblado», asegura. Tiene tres hijos y vive de la ayuda del paro. Pastorea unas cabras. «Es un corral doméstico», aclara.