Dejad en paz con su dolor a las familias, a los amigos y a los vecinos de los muertos; a los trabajadores y a los habitantes de las cuencas mineras, solos hace ya mucho tiempo que están. Sacad, de una puta vez, vuestras sucias manos del carbón. Sí, sacadlas, porque si las seguís metiendo sólo habrá más sufrimiento.
Idos con vuestra solidaridad impostada que trata de limpiar lo que ya no puede y que tantos votos pensáis que os va a reportar. Idos con vuestro estrépito y vuestros reportajes sensacionalistas de “rostro humano”, vuestras lacrimosas columnas de opinión -labia no os falta- que tanto venden, con vuestras mentiras o medias verdades que tanto matan. Mientras, silenciáis y tapáis toda la mierda y miseria moral que el carbón esconde.
Quién va a pedir ahora explicaciones si la legitimidad ha muerto, ¿algún sindicalista corrupto? ¿Alguno de esos indecentes políticos, cómplices y “lobistas” de los mafiosos empresarios del carbón? ¿Alguno de esos mismos empresarios que ve a los mineros y los habitantes de las cuencas como simple mano de obra barata? ¿Alguno de esos periodistas sensacionalistas y escritores de medio pelo que exigen el mantenimiento de una actividad tan penosa y peligrosa como la minería del carbón, para así seguir escribiendo sobre la “épica y el dolor de las gentes de la mina” y poder vender periódicos o ganar audiencia? Ninguno de ellos mandará a sus hijos a trabajar en las galerías, aunque alguno se jubilará como si lo hubiera hecho. Ninguno de ellos pondrá los muertos.
Pero que nadie vea pajas en el ojo ajeno sin ver las vigas en el propio. Se constata, dolorosamente, el descrédito de un colectivo de trabajadores que, durante los últimos veinte años han ido olvidando que la conciencia y la solidaridad de clase son el único activo del que disponemos los trabajadores.
¿Dónde está el crédito de la leyenda del minero como vanguardia de la clase obrera? ¿Acaso en esta misma comarca, el Bierzo -incluso en Laciana-, no se ha creado una “élite de trabajadores” interiorizada y bunkerizada, empeñada en la autofagia suicida, que ha hecho caso omiso de la situación real en la que quedaba el futuro de sus pueblos y de sus hijos? ¿Y no ha sido esa misma “élite” interiorizada también por las sociedades de las cuencas mineras y aledaños, la que ha fomentado la pérdida de conciencia de clase -mediante el: “cada uno que pelee por lo suyo”- del resto de habitantes y trabajadores bailando la yenka de los pasos adelante y atrás, según el capricho de los empresarios del sector, de las cúpulas políticas y sindicales y de los intereses tribales y corporativos dominantes? ¿Qué pasos se dieron en su día para preservar y permitir la supervivencia de los pueblos de las cuencas mineras y de sus habitantes convertidos hoy en víctimas y rehenes del espejismo de un desamor de clase transitorio? ¿No se ha practicado durante veinte años, en esas mismas cuencas mineras, una política depredadora, no solo económica y medioambiental, sino también de los patrimonios morales y políticos, destructora del tejido social crítico que hubiera puesto cachonda a la mismísima Margaret Thatcher?
En las respuestas a las preguntas encontraremos los ingredientes de ese potaje asistencial que nos ha ofrecido a los cerdos que habitamos esta sucursal de la granja de Orwell, la cocina capitaneada unas veces por los chef sociópatas de la escuela de Chicago y otras por cocineros formados en la nueva cocina del socialismo de feria, asistidos ambos por los pinches del sindicalismo claudicante y trincón. Potaje que ha ocasionado que algunos gochos se ahoguen en su propia diarrea.
Mucho me temo que la inmensa mayoría de los miembros de la granja se creían a salvo de la Historia, en la posmodernidad de la posmodernidad y resulta que hasta los Smartphones todavía cantan Santa Bárbara bendita...
Lo que está ocurriendo en las cuencas mineras lo explicaba mucho mejor que yo hace ya siglo y medio el filósofo francés Sèbastien Faure:
"Te quejas de la policía, del ejército, de la justicia, de los cuarteles, de las prisiones, de las administraciones, de las leyes, de los ministros del Gobierno, de los financieros, de los patronos, de los sacerdotes, de los propietarios, de los salarios, del paro, del Parlamento, de los impuestos, de los rentistas, del precio de los alimentos, de los alquileres, de las largas jornadas en la fábrica, de las privaciones sin número, de la magra pitanza, del montón infinito de iniquidades sociales. Te quejas, pero quieres que se mantenga el sistema en el que vegetas. A veces te rebelas, pero siempre para volver al lugar donde estabas”.