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Buena es la cópula y los baños de mar

Buena es la cópula y los baños de mar
Libro de Jesús Courel sobre los ritos de nacimiento, matrimonio y muerte


Entre las tradiciones de los nacimientos no faltaba la de perpetuar al niño en una cuidada fotografía.




Fulgencio Fernández / León
Eran pocas las mujeres infecundas. Las que no preñaban se ofrecían a la Virgen y los santos de su devoción con misas, novenas y regalos”. “La falta de hijos se debe a la escasez de cariño, para evitarlo se aconseja el ejercicio moderado de la cópula y los baños de mar”. “Para casos de daño físico se aplicara la bizma; es decir, el emplasto que mezcla pez, miel, canela y trementina untado en los riñones y entre el estómago y el vientre entre uno y cinco meses”.
Estas, y otras muchas, son algunas de las curiosas respuestas que analiza Jesús A. Courel, actualjefe del Servicio Territorial de Cultura de la Junta, en su libro ‘Nacimiento, matrimonio y muerte en León y su provincia’. “Son datos obtenidos de la famosa encuesta que el Ateneo Madrileño realizó en 1901, con el fin de investigar los ritos de paso en nuestro país. Los datos que se obtuvieron con ella, se conservan hoy en el Museo Nacional de Antropología y de la provincia de León se cuentan 1.445 fichas, de las cuales 255 se refieren al nacimiento, 734 al matrimonio y 456 a la muerte”.
Quienes respondieron a la encuesta fueron principalmente maestros, médicos, curas, notarios y abogados, cuya cultura y conocimiento de la zona les hacía figurar como las personas más capaces, aunque también recibieron datos de otros informantes que, en ocasiones, intercalaban opiniones personales y criterios subjetivos de interpretación de algunas de estas costumbres. Pone Courel como ejemplo esta respuesta sobre la consideración que tienen de la virginidad. En las fichas de León figura esta respuesta: “Desgraciadamente no se tiene en mucha consideración y raro es la que habiendo sufrido algún desliz en la ciudad, no encuentra en su pueblo algún individuo poco escrupuloso que la ofrezca su mano y le dé su nombre.” 
También recoge la diferencia de comportamiento en los pueblos de la provincia, según sean agrícolas y ganaderos o las cuencas mineras. “Algunos muchachos emigran en demanda de trabajo a los centros mineros y a las ciudades populosas y, cuando regresan, suelen volver desconocidos pues se observa que se han tornado menos respetuosos, si es que no se han corrompido completamente”.
Hubo diversas sociedades por todo el país que realizaban estos cuestionarios. En León los hacía la Institución Libre de Enseñanza. “Aún así, todavía no había llegado el momento de que el investigador se desplazará al lugar para realizar el trabajo de campo y se dejaba la investigación en manos de eruditos locales o personas que se consideraban suficientemente capacitadas para responder”. 
En ese contexto surge la Encuesta del Ateneo de Madrid para el curso de 1901-1902, con la idea de obtener información “en el campo de las costumbres populares y en los tres hechos más característicos de la vida: el nacimiento, el matrimonio y la muerte”. Los núcleos de población consultadososcilaban entre los 585 habitantes de Gordaliza del Pino a los 17.022 de León.
Para el nacimiento la primera pregunta se refería a la fecundidad de las mujeres. En general se dice que eran pocas las infecundas y las que lo eran se encomendaban a vírgenes y santos. “Esta actitud es la más frecuente en España, pues la gracia de la maternidad no se imploraba al médico, sino mediante votos y procuras en los santuarios más afamados de la provincia, como la ermita de Santo Tirso de Destajas (La Bañeza)”. 
Recoge Courel numerosos ritos que las mujeres emplean para conseguir protección en el embarazo. “Solían encomendarse a los santos de su devoción, además de confesarse y comulgar cuando el embarazo llegaba a su fin. Uno de los santos preferidos era San Ramón Nonato (Gordaliza, Grajal), culto muy extendido en España por las dificultades que tuvo el santo en su nacimiento, ya que había sido sacado del vientre de su madre muerta por el cuchillo de un cazador. En Oseja se hacían sangrías para tener un buen parto. Era común atribuir las molestias propias de su estado al exceso de sangre”.
Era singular el trato que se le daba a este asunto en el Bierzo. “Había una falta absoluta de cuidado en el embarazo, continuando las mujeres su labor en el campo. No guardaban preceptos higiénicos de ninguna clase, a pesar de los cuales son poco frecuentes los abortos. No era raro el caso de mujeres que daban a luz mientras estaban trabajando”. En esta comarca la mujer que cometiera un desliz y quedara embarazada, “cosa que ocurría con alguna frecuencia, tenía que comunicar su estado a los demás. Lo hacía cuando hubiera un baile en la localidad, al que se presentaba con la cara casi del todo tapada”.
Para averiguar el sexo que habrá de tener la criatura, en algunos lugares se observaba el paño de la mujer. Se decía que si estaba muy pañosa, “traerá niña y si poco será niño” (Gordaliza, Villablino). Si la embarazada al andar echa primero el pie derecho será varón y si el izquierdo hembra (Valderas, Bembibre). Para Grajal de Campos era con los pies cambiados. En La Bañeza la disyuntiva de los sexos se averiguaba por las fases de la luna. Si la concepción se realizó durante cuarto creciente, sería varón y en cuarto menguante, hembra. En Villablino cuando el vientre es ‘reducido y picudo (empicado)’ era indicio de una mujer. Se decía de una “nena como una chave”, o sea, pequeñita como una llave. Por el contrario, un vientre ancho y amplias caderas correspondían a un “buen nenón”.
Llama la atención las brutalidades a las que era sometida la mujer después dar a luz. “En Villablino la paseaban y sacudían, además de meterle en la boca su propia trenza del pelo y luego se las fajaba. En El Bierzo se tapaba a la mujer con mucha ropa, incluso con la capa del marido, hasta que sudara abundantemente”. 
Todo un mundo.



La ‘escabechada’ o la que perdió la virginidad y la costumbre de ponerle una cerilla al muerto para ver si de verdad murió



Los ritos vinculados al matrimonio abarcaban todos sus aspectos.
F. Fernández León
Los ritos vinculados al matrimonio son de gran riqueza, comenzaban con la búsqueda de la pareja. No hay tradición en León de elixires o conjuros, en esta tierra “lo habitual era que en las funciones del pueblo, ferias y fiestas a las que asistían mozos y mozas, surgieran las relaciones amorosas”.
La virginidad merecía alta consideración y tras su pérdida había graves dificultades para casarse, “aunque en algunas localidades no parezca tan importante mientras tenga bienes” (Villafranca del Bierzo, León). En Gordaliza se le aplicaba el adjetivo de ‘escabechada’, a la que había perdido la virginidad. “Si encima la mujer tenía un hijo, cualquier hombre prefería casarse con viuda antes que con ella (Roderos)”.
Decir que “fulano acompañó a fulana al salir del baile o filandón es sinónimo de decir que son novios. En Villablino, el mozo espera a la moza y le echa encima parte de la manta con que se abriga, ‘aurupañándola’ en esta forma hasta su casa en donde se continúan hablando más o menos tiempo. Estos acompañamientos son siempre de noche”.
Frente a estos ritos tan tradicionales llaman la atención otras costumbres ‘adelantadas’ a su tiempo, como las ceibas de La Baña, en La Cabrera. “Era una reunión de mozos de ambos sexos en primavera. Tras el baile, ellas se marchan a los pajares seguidas por ellos y se ponen a pares como las perdices y duermen todo el verano juntos. Por la festividad de San Miguel, a toque de campanas, bailan y se separan; y cosa rara, apenas si se ve que haya mozas embarazadas; y si alguna tiene esa desgracia, comete antes un crimen que verse deshonrada. Mucho han trabajado los párrocos para quitar estas costumbres, pero nada han conseguido”, dice López Morán.
Variadas son también las costumbres relacionadas con la muerte. “Algunas de estas prácticas se encuentran ya entre los Neandertales. No existe grupo, por arcaico y primitivo que sea, que abandone a sus muertos sin los rituales convenientes para ese tránsito. Los Koriaks de Siberia, por ejemplo, arrojan a los cadáveres al mar, quedando confiados al océano pero no desamparados”.
En nuestra provincia había de todo. Desde las disposiciones que contemplaban la compra de la mortaja y demás accesorios (en Villablino se daba el caso de alguno que tenía el féretro debajo de la cama) hasta las habituales cofradías de las ánimas o similares. Habla Courel de los testamentos, toques de campana, entierros y hasta comprobación de la muerte: “Se le ponía al muerto una cerilla encendida en la nariz o un espejo”.
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